lunes, 28 de noviembre de 2011

Aprendió


Con cada amor y canción. En cada equivocación y acierto. Nueva canción y nuevo amor con sus despedidas incluidas, aprendió a saber esperar, a dar, a recibir, a escuchar hasta cuando no se habla. A disfrutar, tanto, de la ilusión de los comienzos, impaciencia por conocer; incluso dudas, incertidumbre, acompañado de, en ocasiones, tristeza y engaño; como, con la desilusión, una tristeza más dañina y, de nuevo, la soledad y la sensación de ya nunca poder sentir igual; o que era muy posible se equivocara. El sentimiento de que tenía que haber sido más lanzada, haberse atrevido porque, tal vez… tal vez era él y, por no dar el primer paso, nunca sabría. Pero siempre queriendo saber y queriendo más.
Aprendió, pensaba que eso era lo importante. Necesitó andar esos caminos para saber y, lo más, para llegar a conocerse, por tanto a poder profundizar en su mente y corazón para saber lo que quería y lo que no; lo que buscaba. Así, un largo camino, duro a veces, desalentador otras muchas, pero siempre enriquecedor. Porque así quería que fuera, de cada nueva experiencia guardaba lo esencial, lo analizaba hasta sintetizarlo, tanto, que solo quedaba el momento con lo vivido y sus consecuencias. No sabía hacerlo de otra manera, ponía su balanza mental y separaba, lo positivo-lo negativo de cada vivencia y, cada cosa separada la analizaba hasta desgranarla y terminar guardando la distancia suficiente, para ver la realidad, independientemente, de los sentimientos del momento. Eso, es lo que la ayudaba a seguir creciendo y avanzando.
¿Qué fue lo que le llevó a vivir todo así? Era algo que no tenía muy claro, estaba la posibilidad de ser así, haber nacido ya así, con esa tendencia a mirar cada asunto por todos sus ángulos y terminar viendo cada situación al desnudo sin adornos y, a pesar de ser tan apasionada con todo lo que emprendía, conseguir apartar la pasión a un rincón hasta que terminaba de analizar y concluir. O, posiblemente el hecho de que esa pasión que la acompañó para todo… la hacía estar, siempre, en una montaña rusa que no la dejaba discernir, lo que podría hacerla feliz de lo que no. Tal vez, se cansó de estar, ahora pletórica y exaltante y en un instante siguiente, sumida en la tristeza y el desaliento. Por ello casi estaba convencida, de haber aprendido también aquello. Aprendió a controlar los impulsos de su alma, la tendencia de aquel corazón de buscar desesperadamente un amor a su medida y esa mente analítica que no encajaba con la pasión de su alma y un corazón siempre desbocado. En vez de dejar que siguieran en continua guerra: alma, corazón y mente; medió, cada instante para terminar hallando un punto de encuentro y concluir con todos en un aparente equilibrio, que le permitía estar en paz con su interior y, a pesar de las circunstancias del momento, conseguir ser feliz y estar feliz con su entorno.
Y, para poder conseguir todo esto, lo aliñó con determinación, amor, mucho amor por todo lo que le rodeaba, hacía, vivía y, comprensión. Pudo aprender que para ser comprensiva con su entorno… primero había de serlo con ella, por lo que, consiguió darse márgenes, tiempos y tolerancia con ella misma y, una vez desarrollada esta capacidad la aplicó a todos. Y todo, lo sazonó con la premisa de nunca juzgar a nada ni a nadie, incluida ella –pues cada cual actúa según el momento, por las vivencias anteriores, estado de ánimo y lo que se espera-.
Algo importante que aprendió, cuanto menos se espera de los demás o de las situaciones, menos oposición tienes a asumir cómo es cada cual, ya que en su momento, supo que aunque todos somos iguales y aspiramos a lo mismo: ser felices; nunca se pueden cumplir, totalmente las expectativas de los demás. Si no esperas nada, no te sientes defraudado. Se podría decir que casi había conseguido: amar, por amar y a cada cual como es, simplemente.
Con estos condimentos regados de ilusión y, además paciencia, se tomó su tiempo para que se fuera cocinando todo y cuando tuvo conciencia de que ya casi estaba… resolvió que era el momento de seguir aprendiendo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Relato corto

“Sus Manos”
¿Cuándo un roce deja de ser roce y es caricia? Con esta pregunta empezó todo.
 Lo que ocurrió antes de dicha pregunta desencadenó una tormenta de sensaciones y una tempestad de pensamientos, regadas de confusión, inquietud y el despertar a un nuevo paso, provocado por unas manos recorriendo los brazos de una mujer en letargo, una mujer que ya había despertado de nuevo a la vida y, hasta ese momento, no fue consciente de ello.
“Sus Manos”, así le llamaba ella por vergüenza a que nadie adivinara quién era y qué había ocurrido en su mente, cuerpo y corazón; más era quién y no qué, quién provocó el despertar al amor, cuando creía que nunca más volvería a sentir así por un hombre y menos desde esa magnitud.
Sentía que eran almas afines. Curioso, todo ese tiempo, estuvo admirándolo sin saber que su corazón también sentía lo mismo que su mente: admiración, admiración por un hombre distinto a los demás, un hombre que, sospechaba -porque no lo sabía de cierto, no le conocía tanto- que en lo esencial de cómo ver y vivir la vida eran iguales. Intuía que junto a ese hombre todo podía ser especial, único, extraordinario, enriquecedor y pleno. 
Apasionado, dulce, enérgico, atento, con carácter, con determinación de conseguir lo que se propusiera y con un aire de: “Yo puedo con todo pero... ¿puedo apoyarme un poco en ti, sin que intentes cambiarme?” y sobre todo: Distinto, lleno de frescura, autentico. Así lo veía ella, eso le llegaba de él.
Tan afines… y tan diferentes, con unas diferencias que, en teoría, no deberían ser obstáculo para dar paso a una experiencia de la que podrían enriquecerse mucho juntos. Porque, el corazón no tiene barreras insalvables, ni edades, ni reglas, solo dar y recibir amor. En la práctica… todo se veía con ojos distintos, las diferencias eran una muralla infranqueable, un impedimento que la confundía, quería hacer caso a su corazón y, por una vez, arriesgarse en el amor dando el primer paso ella, pero no encontraba el puente que la ayudara a conseguir la seguridad necesaria.
Un amor imposible, así lo veía ella porque intuía que él buscaba los mismos sentimientos en una mujer… sí, los mismos que su corazón le podía ofrecer pero con la arrogancia de quien se siente joven y busca… lo mismo, cosa que ella ya… no tenía. Eso es lo que también le llegaba de él.
Antes de ocurrir tal revolución en su interior ya tenía la sensación de que algo llegaba tarde a su vida y, con el encuentro de sus sentimientos aquel día, confirmó algo que la hacía sentirse muy triste aunque esperanzada (no sabía muy bien de dónde venía esa esperanza y hacia dónde la llevaría).
 ilusionada, deseosa de que llegaran esos días en que le vería, en que sus ojos se detendrían en ella, en que oiría su voz, su risa, cómo se movía, hasta aquellas cosas que veía difíciles en él… le gustaban,  era su carácter,  por tanto… formaban parte de él. De ese hombre que amaba como una tonta adolescente que descubre por primera vez la sensación de estar enamorada y así pronunciaba su nombre, en su mente, con agitación, casi como algo inaccesible. Sí, porque era consciente que él encontraría ese amor (porque así se lo deseaba ella) joven, inteligente, culta como él y ella sería feliz por él y se sentiría sola, vacía… por ella, porque “esa carta urgente llega demasiado tarde” a su vida y… encontraría un hombre, o no que la amara pero “Sus Manos” siempre sería alguien muy especial en su corazón.
Continuaría su camino con el sentimiento de que había sido traicionada, traicionada por la vida. No, por la vida no, por el tiempo.



Y con éste sentir... cerró un capítulo de su vida. Miró al frente y esperanzada se adentró en su futuro.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo erótico en el relato corto

Encuentros prohibidos

    Tumbada en la cama deslizaba distraídamente, la yema de los dedos por su piel. Una sonrisa, entre maliciosa, desvergonzada y plena se dibujaba en su rostro. Nunca imaginó poder sentir así.

Princesa, mi princesa. En pocas ocasiones por su nombre. Él siempre la llamaba así y ella bromeaba respondiéndole: “Sí, mi Gentil Hombre”. Bromeaba, aunque le gustaba. Porque así se sentía a su lado, todo su tiempo con él, se transformaba para disponerse a recibir toda su atención y aquel afán por complacer cada deseo, en el que le encontraba solícito y dispuesto. En aquellos intercambios en donde se deleitaban con esa alegre sensualidad, que nacía entre ellos de modo espontáneo, solo reinaban ellos.

Sus dedos seguían recorriendo aquella piel que aún vibraba recordando la piel de él. Suspiró, con un suspiro lleno de satisfacción, abandono y, aún… deseo.

Un silencio impregnado de sensaciones llenaba la habitación, sus ojos se tocaron y, sin más… sus cuerpos se reclamaron de nuevo, comenzando a interpretar la misma danza, al unísono, siguiendo cada compás del otro, conectando hasta llegar a  penetrar en lo más profundo de su existencia, desde ese momento sabían, y al percibir todo del otro, su fusión llegaba a ser casi perfecta.

Encuentros prohibidos… sí, llenos de pasión, deseo y abandono. Ellos tenían su propio lenguaje y éste era desplegado con toda intensidad en aquellos juegos inconscientes, interminables. Sin palabras, los dos sabían hasta el mínimo deseo del otro y era complacido. Preocupaciones, deseos, necesidades todo era revelado. Se fusionaban hasta embriagarse y en ocasiones hasta el agotamiento, plenos como si con cada encuentro se llenaran de vida mutuamente.
Compartían pocas tardes de la semana, con suerte, unido a noches de conversación, entrega y complicidad. Donde los episodios de sueño y voluptuoso abandono se unían, llegando a un estado en que no podían discernir, si soñaban la entrega o se entregaban y soñaban.

Disfrutaba cuando sabía que se verían, le encantaba prepararse para él, deleitándose en la evocación de esos momentos compartidos, pero su felicidad era mayor cuando sin avisar, sin ser una de esas tardes… Le veía. Al ser inesperado, el abandono y la entrega, se convertía en una inercia urgente por consumar aquel regalo inadvertido.

Luego, los días sin él, días de evocación y deleite que también disfrutaba, porque sabía que era suyo de un modo no compartido con nadie, existía un deseo tan visceral que imaginaba solo disfrutaban ellos. Creía que en cada uno de aquellos encuentros; a veces, dominados por un lenguaje brusco, impulsivo de competencia e inmoralidad; otras donde solo reinaba el deseo dulce, tierno y solícito en complacer cada avidez del otro, en cada ocasión… Era como recibir un bálsamo, un encuentro medicinal sanando todas las heridas, como en un tácito acuerdo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La carta en el relato corto

No espero respuesta

No era uno de sus mejores días, se levantó con una sensación extraña. En vez elegir la música que le apetecía escuchar… encendió la radio. Nada más oír las primeras notas supo qué canción era: “Ella”.
-             ¡Vaya! Hacía mucho que no escuchaba a Alejandro Sanz. ¡Qué recuerdos!.
Distraídamente iba preparándose el desayuno mientras decía la letra de aquella canción, que le transportaba a más de diez años atrás. Momentos difíciles de su vida en los que su corazón estaba triste, pero con un rayito de esperanza guardado en el fondo de su alma. Sonaban los últimos acordes de esa canción. Recordó que, escuchándola un día con Carlos, le había comentado que con cada mujer que había estado siempre terminaba pensando: “Y si… fuera ella”. Sonreía, él hizo que ese rayito de esperanza creciera, hasta llegar a su corazón y poner una nota de color, que tanta falta le hacía, para poder empezar a cambiar su pensar y su sentir.

A pesar de que, en aquel tiempo se bajó toda la discografía de este cantante… ya no le escuchaba. Había cambiado y mucho, aunque a veces se levantara como hoy, ya no dejaba que aquella melancolía ganara la partida, ponía una sonrisa y pensaba en lo que aún le quedaría por recorrer, que estaba segura sería bueno y, por supuesto, no dejaría de aprender con cada momento vivido. Estaba llena de energía, con unas ganas de vivir que nada tenían que ver con la sensación vivida con menos años.

        -      Eso no eran ganas de vivir, era prisa por vivirlo todo, esto es mejor. Saboreo cada instante. No entiendo por qué esa forma de pensar… cuantos más años, mejor es la vida y más ganas de vivirla.

Frenó sus pensamientos, otra canción volvió a recordarle a Carlos: “Black magic women” y, otra sonrisa se dibujó en su cara mientras movía la cabeza como negando.

    -         Qué cosas tenía, decía que esa canción la hizo Santana para mí, que si me conociera… me la habría dedicado. “¡Te la mereces a pulso!” dijo, lo recuerdo bien. -Por su expresión pareciera que estaba haciendo un meticuloso recorrido por aquel tiempo de ilusión, esperanza e incertidumbre-.

Y, ahí mismo decidió que le iba a escribir, contando qué… no lo sabía. Se encaminó hacia su ordenador  y se puso a teclear las letras en busca de lo que le quería hacer llegar.

Asunto: No espero respuesta

Hola Carlos ¿Cómo estas? Yo… ya sabes bien, siempre estoy bien.

Te preguntarás qué hago escribiéndote, pues ya ves, he sentido la necesidad de contarte ¿El qué?... No lo sé, es la verdad. Intentaré no extenderme demasiado, sé la pereza que te da leer.

A ver… ¿Qué demonios es lo que te quiero contar? Te juro que ¡yo he empezado esta carta por algo!.

No me preguntes por qué, según estoy aquí intentando responderme: Qué es lo que quiero, si solo necesito escribir aquí y, ni siquiera lo enviaré. He empezado a recordar.

Recuerdo esas madrugadas en las que me llamabas por teléfono, porque ya era mi hora de levantarme, y me despertabas con tu cantarina y dulce voz. Fue bonito, muy bonito vivir todo aquello. Era tan increíble y mágico lo que nos estaba pasando, que… pensaba no era real. ¿Qué pasó? Tienes razón cuando dices, que algún día podremos hablar y aclarar muchas cosas, entre los dos conseguiremos armar ese puzzle que se formó el día que decidimos separar nuestros caminos y, al final, todo encajará, estoy segura.

Seguro que tienes tantas preguntas como yo. Aunque… tengo mis temores, porque sé lo que me pasa contigo, sé que eres capaz tanto de sacarme la risa, del modo más fácil y natural… de inmediato; como de sacar lo peor de mí, rápidamente sin haber podido controlar el momento. Y es que, no quisiera perderte, me siento bien sabiendo que estas ahí. Es algo muy extraño esa conexión que hay entre nosotros. Yo no sé tú, pero yo… me lo he preguntado muchas veces ¿Qué será? Porque sé que no funcionaría, ni entonces, ni ahora ¿Entonces? ¿Qué ocurre entre nosotros?.

Me viene a la cabeza una frase, que he escuchado muchas veces cuando se quiere expresar algo parecido a lo que nos pasa, cuando dos personas no pueden estar juntas pero tampoco separadas: “Ni contigo… Ni sin ti” ¿Tú qué crees?
Recuerdo aquella noche en que nos amaneció hablando y hablando. Salí de casa con la sensación de que, tal vez… nos estábamos equivocando. Pero ya era demasiado tarde. Tú, ya habías decidido desde hacía mucho –creo que casi desde que llegaste- que esto no era para ti. Yo, había percibido –creo que casi desde la primera noche- que no serías feliz, por tanto no lo seríamos ninguno de los dos.

Debería releer la carta, tengo la sensación de haber utilizado muchos “peros” y sé que no te gusta utilizar esa palabra -¿Cómo dices? “Peros” siempre hay “Peros” ¿Por qué?”-. No lo voy a hacer, ahora mismo la voy a guardar y… ya veré qué hago, pero (jeje, pero… otra vez) si la envío, será sin leerla para no cambiar nada. Este es mi sentir y sé, lo leerás con tu cariño e intentarás comprenderme ¡Pues no pido! Algo difícil… comprenderme ¿Verdad?.
Bueno Carlos ya no te escribo más. Y recuerda, te quiero mucho, cuídate y sé feliz.

Besos.
Esther.

P.D.: Escucha una cosa, no tienes que contestar –si no quieres- total, puedes decirme lo que opinas cuando nos encontremos.


         Ahí mismo… sin más, la envió y, esta vez, eligió la canción ella. Otra canción que le dedicó él, hace tiempo: “Bella” también de Carlitos, como le llamaba. Diciéndola que era para ella y nadie más, por ser tan bella por dentro como por fuera.
-         Así es él –dijo con un movimiento de hombros-.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lo sensual en el relato corto

¿QUÉ HACER?

         Cuando aparece alguien especial en tu vida, o… especial porque tú le sientes así.

         Si ocurre que los mensajes que te transmite, su actitud, sus palabras, sus miradas y tu percepción; te dicen que puede  ser algo peligroso, agresivo, en donde todo será impresionable. Fácil que… no perdurará, puede que llegue a ser solo un instante. No importa. Quieres vivirlo, qué importan las consecuencias. Aunque eres consciente de que saldrás algo tocada y que será una sombra más… a superar en tu vida. Por ello, porque será algo más a superar, y como, en tu vida ya te has encontrado… “Con la vida aleteando en el vacío”, consiguiendo salir de ello con más fuerza, más viva, decides arriesgarte.

Por qué contemplar… lo que tu mente te apunta cuando habla el corazón y las ganas de vivir, quieres ignorar aquello que te sugiere puede suceder… si te arriesgas, pero cuanto más relegas tal decisión, más alto te habla tu interior hasta que te lo grita.

Entonces… entonces comienzas a percibir en todo tu ser sensaciones olvidadas y que en un momento de abandono, él te recordó, las despertó, las puso a flor de piel y quieres más, no necesitas, ni tan siquiera… evocar esos momentos, recordar sus manos en tu cuerpo, sus labios en los tuyos, buscándote, transmitiéndote tanto deseo, tanta pasión que, de pronto… no sabes dónde termina su deseo, su pasión y dónde empieza tu deseo, tu pasión. Tu urgencia por sentir más, buscar más, dar… recibir. Le tienes en tu piel, aún sientes su sazón, su aroma ¿quién necesita evocar esos momentos? Cuando cinco sentidos y un sexto te gritan cómo te sentiste en sus brazos ¿Qué puede ocurrir si dejas que pase… lo que tenga que pasar?

         ¿Qué hacer? No puedes convencer a tus sentidos. Todo tu ser reclama más momentos de entrega, se ha acoplado en lo más profundo de tu despertar y ya… no puedes acallarlo, el instinto primitivo guía, hace brote con toda su fuerza y todo es sensitivo. Aunque la razón pone miedos, pone palabras a lo que sientes, no sabes separar los sentimientos de las reflexiones. Todo se mezcla, creando en tu interior una confusión difícil de aislar para decidir. Pasas del deseo de vivir aquello a las dudas de si, realmente te estará manipulando, a sabiendas que llegados a éste punto… o, conseguirá su objetivo –que solo él sabe… ¿lo sabe?- o me retiraré.  Destierras al sentido común, no consientes gane la partida. Dejas, relegas tal decisión y permites que esos momentos lascivos sigan apoderándose de todo tu presente.

viernes, 28 de octubre de 2011

La descripción en el relato

Juanma

Se encontraba muy a gusto en ese garito en compañía de aquella querida amiga, quizá la música se encontraba algo alta para poder hablar sin gritar, pero se respiraba muy buen rollo.

De pronto la mano de su amiga tiró de ella, con tanto ímpetu que casi hace se le derrame la copa.

        -¡Juanma!. –Gritó y mirando hacia ella.- Ven te voy a presentar a un tío muy enrollado, es uno de mis mejores amigos, ven… ven. –Gritaba todo esto mientras tiraba de ella, sin enterarse de los malabarismos que tuvo que hacer para sujetar su copa, mientras intentaba seguir los pasos de su amiga-.
Y menos mal que su amigo, ya se había dado la vuelta porque, literalmente… aterrizó abrazándose a él.
Desde donde la dejó su alocada amiga, observaba a aquel chico… Era bastante atractivo, con aire dulce en su mirada, aunque a primera vista quisiera dar impresión de ser un chico malo. Alto y delgado con camisa y pantalón negro, abrigo que casi le llegaba a los tobillos, también negro, un cinturón lleno de adornos que no alcanzaba a distinguir, una fina cadena que salía del pantalón para acabar de nuevo en él y para completar, unas botas grandes, negras que le hacían parecer más alto.
Mientras, su amiga gesticulaba mucho al hablar. Miraron hacia donde se encontraba ella, su interior casi se sobresaltó, la habían pillado y estuvo a punto, de mirar para otro lado.

Besos, presentaciones y miradas de refilón observándose mutuamente. Aquel chico tenía un magnetismo especial, o eso le llegaba a ella. Su aroma hablaba de frescura en su sentir, un aroma varonil y envolvente que hacía le brotaran diversidad de sensaciones.

Decían algo como que aquí no había quien hablara y, cuando quiso darse cuenta, estaban fuera del garito y los dos sonreían mirándola.

-                    ¿Qué… qué pasa?. -Les dijo, abriendo los brazos y mirándose, con cara de sorpresa cuando su mirada se tropezó, con aquella copa que aún estaba en su mano. Ya no solo sonreían y a ella le asaltó su sentido del ridículo, que la hacía vacilar entre entrar al garito, bebérsela o soltarla ahí mismo-.
-                    Tranqui, dame. -Juanma salvó la situación, con un aire protector que la confundió. Cuando se alejaba con la copa, su amiga comenzó a bombardearla a preguntas.-
-                    ¿Qué te pasa? ¿A que esta muy bien? ¿A que es majo? ¿Te gusta? ¿No quieres saber qué me ha dicho de ti? ¡¿No piensas decir algo?! ¡Vamos que llegará enseguida!.
-                    ¡Si no me dejas! ¡Ya… por favor! ¡Qué agobio!.

Juanma ya estaba a su lado y con un movimiento firme pero tierno puso su mano en el hombro de ella mientras cogía de la cintura a su amiga.
-                    Vamos, sé de un sitio donde estaremos más tranquilos.

Aquel chico daba sus pasos gritando al mundo: soy fuerte, no me dejaré arrollar y sus movimientos expresaban: no busco problemas, voy a lo mío. Cosa que la despertó gran curiosidad por conocer más de él.
Mientras la amiga se esforzaba en hacerlos entender, mutuamente que eran las mejores personas del mundo… llegaron a otro sitio dónde había menos gente, con música más tranquila y a un nivel que les permitiría mantener una conversación sin quedarse sin voz.

Empezaba a ponerse nerviosa pues el tal Juanma, no dejaba de observarla aprovechando, que su dicharachera amiga no dejaba de hablar. Sin apartar la mirada de ella, interpeló a su amiga-.
-                    Al fin has cumplido tu palabra.
-                    ¿Qué? ¿A qué te refieres? –comprendió solo con percibir cómo miraba hacia aquella amiga que, minutos antes, había descrito como lo mejor de lo mejor.
-                    Digo, que ésta vez vienes con alguien que creo puede…
No pudo continuar, su amiga ya había pasado a explicarle que Juanma tenía un problema: siempre se equivocaba en elegir a las mujeres y acababa pasándolo mal, por eso le prometió, le presentaría a alguien que valiera la pena.
En ese instante se dio cuenta de la jugada de su amiga, todo lo había planeado con premeditación y alevosía, recordó que en días anteriores la mareó, durante toda una comida, contándole de su amigo Juanma ¡Vaya!... Era él, aunque tuvo que reconocer que no mintió en nada. Era casi perfecto, pero su amiga omitió algo, había un pero, un pero que ponía distancia entre los dos, una distancia… de años, doce exactamente.
Así fueron pasando las horas y fue descubriendo que tenía ante sí a alguien inteligente, con sentido del humor y sincero… muy sincero.
Decidieron dejar aquel sitio y pasear bajo aquella espléndida noche. Increíblemente ocurrió algo impensable para ella, que conocía bien a su amiga, estaba callada, incluso en algunos instantes andaba unos pasos atrás. Le resultaba tan agradable, la compañía y conversación de él, que no fue consciente de ello hasta que la amiga, llamándoles les dijo que estaba cansada y se iba a casa. No vivía lejos, y Juanma cariñosamente le dijo que la acompañarían hasta su portal. Cuando se despedían, ella le dio dos besos diciéndola:
-                    Tenemos que hablar, eres… lo tenías todo planeado ¿Eh? Y ahora desapareces de la escena, como quien no quiera la cosa ¡Esta me la pagas!.
-                    Llámame cuando llegues a casa. –dijo sonriendo y con una mirada pícara.

Mientras miraban cómo entraba en el portar, Juanma dijo:

-                    Bueno, supongo que tú también querrás irte. No creo que tengas ningún interés ya en seguir. Aunque podríamos tomar la penúltima no lejos de aquí y después… te puedo acompañar al metro, o… a tu casa, si quieres, por supuesto.
-                    No creo que me convenga tomar una penúltima. Escucha, aún te queda noche, entenderé que quieras irte, no quiero que te sientas obligado a cargar con la carroza de la amiga de tu amiga.
-                    Te aseguro que no podría estar más a gusto en otra parte, me agrada tu compañía y creo exageras ¿Qué tienes… un par de años más que yo? ¿29… 30 años?.
-                    Gracias por ser tan amable pero súmale diez más a esos dos.
-                    No… ¡Imposible! Me estas vacilando.
Tanto insistió en el tema que terminó sacando el DNI para que lo creyera. Su única respuesta fue que no le importaba.
-                    Vamos.
-                    ¿A dónde?
-                    No lo sé ¿Importa?
Si hasta aquel momento se sintió a gusto en su compañía, ahora era mejor, con total naturalidad la cogió por la cintura y con esa dulzura que solo puede expresar quien es sincero y auténtico, la empujó para que le acompañara. No hablaban, solo disfrutaban del momento, de una cómoda y despreocupada compañía que se había instalado entre ellos.

Sin vacilar, se sentó en un banco invitándola a hacer lo mismo. Preguntó desde cuándo conocía a su amiga y entre risas contaban, cada uno, anécdotas y situaciones vividas con ella. No podía dejar de observarle; cómo hablaba, sus labios bien marcados y esos ojos azules, limpios y de mirada directa que brillaban en intensidad según lo que decía, con un tono dulce pero firme, una voz fuerte y cariñosa que la hacía desear que nunca callara.
-                    No me importa.
-                    ¿El qué? –dijo ella-.
-                    Esos doce años, me has caído muy bien, me gustas mucho y quiero conocerte. –Los dos callaron, él la miraba como esperando alguna respuesta.
-                    ¿Y bien? ¿Qué me dices?
-                    Que eres muy directo y… ¡Acabamos de conocernos! Aunque no hubiera esos años de diferencia entre nosotros….
-                    Mira, estoy seguro que si no hubiera esos años que dices, estarías reaccionando de otra manera, sé que sientes lo mismo que yo… lo sé y no me preguntes que cómo lo sé, porque sería una forma de intentar eludir lo que ocurre, no quiero eludir nada, yo… lo tengo muy claro.
-                    ¡Vaya! ¡Qué seguridad! Sorprendente, eres directo, sincero y sin rodeos… ¿Siempre llegas a donde te propones?.
-                    ¿Y?
-                    Además… impetuoso e impaciente.
-                    Impaciente… no. Veras, sé que no tengo nada que hacer, porque terminarás diciendo que no. Solo intento que no lo analices tanto y te dejes llevar por el momento, por lo que nos esta ocurriendo ¿No lo notas? Aunque te atrevas a decirme que no… no te creeré. Es demasiado obvio, y estoy seguro de otra cosa: si la diferencia de edad, fuera al revés… y con lo que ha nacido entre nosotros, no vacilarías ni un segundo.
-                    ¿Qué es demasiado obvio?
-                    No intentes eludirme. Hasta esa mujer que esta pasando por delante nuestro lo percibe… ¡¿A qué sí señora?! –No podía creerlo, le dio un manotazo en la pierna mirándole asombrada-.
-                    ¿Qué haces?
-                    ¿Qué? Tú no me respondes, esta claro, admite que esta pasando algo importante entre nosotros y me callaré.

Y se quedó ahí, de pie, delante de ella, con una pose retadora y una expresión pícara señaló a otra persona que iba a pasar también por delante de ellos.
        -       Vale, vale… para, siéntate. Eres persistente, no comprendes que tu seguridad, tu frescura y esa naturalidad tuya para asumir tan a la ligera, algo importante me hacen sentir… totalmente insegura.
        -       Crees que lo asumo a la ligera… te equivocas, solo es que no me importa, para mi es algo insignificante comparado con lo que despiertas en mi. Aunque comprendo tu inseguridad, quizá es cierto que estoy siendo demasiado impulsivo, toma –extendió su mano dándole una tarjeta- Y no olvides que si no me llamas pronto, tengo cómo poder conseguir tu número de teléfono y hasta tu dirección. -Mientras se guardaba en su bolso aquella tarjeta, él pasó la mano por su hombro, estrechándola de un modo que notaba su comprensión, y ese sentimiento que había asomado entre ellos, sin pedir permiso, sin ser invitado-.

-                    Creo que he de irme ya o me quedaré sin metro.
-                    Pues coges un búho.
-                    Ya pero tarda mucho y su recorrido es muy largo.
-                    Te acompañaré, y así se te hará más corto. –Con cara de niño triste y mimado continuó diciendo-.
-                    No te vayas aún, un poco más solo un ratito ¿Sí? ¿Vale?.

Reía, mientras pensada que, además también sabía ser encantador, imposible negarse, tenía tal personalidad que no encontraba armas de defensa contra aquel hombre. En un instante de sinceridad con su interior, admitió que tampoco quería encontrar ningún arma que le pudiera separar de vivir intensamente esa noche mágica.
Ya de vuelta a su vida, lejos de él y su magnetismo, podía pensar con más claridad; y había un miedo latente, intentaba engañarse diciéndose que no saldría bien, la presión del entorno no dejaría que saliera bien. Se engañaba, pero había una vocecita recordándole, que a ella nunca le había importado la opinión de los demás, mientras estuviera segura de que era eso lo que quería y, había dejado bien claro, que a él tampoco le haría mella lo que los demás opinaran. Era ella la que ponía la distancia, no podía evitar pensar que esa distancia en años siempre estaría ahí, y el temor a dejar de parecerle tan interesante, cuando fueran pasando esos doce años, igual para los dos pero desigual desde la diferencia.
Pasara lo que pasara, había algo de lo que estaba segura: nadie podría quitarle nunca, ni ella misma… la sensación que vivió esa noche en que sintió la magia tan de cerca y tan viva.

lunes, 24 de octubre de 2011

MONÓLOGO INTERIOR

Cuando la realidad
perturba

He soñado que te aferrabas a mi brazo gritando que te morías, pero no es verdad… Solo un sueño, porque estas a mi lado y te oigo hablar, contando algo del trabajo, es posible que no te preste atención pero sí te siento muy cerca, tu pierna rozando la mía, jugando con mis dedos, te gusta recorrer mis largas uñas. Ahora ya no hablas de trabajo, me dices que mire el cielo, llamas mi atención para que disfrute de aquel relámpago que, por un instante ilumina la noche. Te gustan las tormentas y has hecho que deje de temerlas, tú me has enseñado a amar y a disfrutar el poder de la naturaleza. Me estremezco con el ruido del trueno acercándome más a ti, tú… sonríes, me estrechas contra tu cuerpo y dices: “Tontita”. No me ofendo porque me llames así, lo dices ¡Con tanto amor! …con ternura. Me siento pequeña a tu lado, te veo casi… casi tan poderoso como la naturaleza y aunque me vea así… a la vez, siento soy importante. Sí, es lo que haces perciba; sé que soy importante para ti, y alguien más que yo, piensa tengo mucho para dar.

Sí, solo es un sueño, una pesadilla que tal vez tuve pero no es mi realidad. No, estás aquí escuchando cómo te cuento, sintiendo mi mano deslizarse por tu cuello… tu pecho. Mirándome, con esos ojos llenos de amor para mí. Te noto demasiado dentro de mí, como para que en éste instante esté terminando tu vida.

Esto me hace pensar, lo afortuna que soy, hasta en los momentos en que tu frustración con tu interior no te dejan amar y quieres rechazarme de tu espacio; hasta en esos instantes, seguimos conectados. Pase lo que pase… Nos amaremos siempre. Lo sabes ¿verdad? Eres consciente, como yo, de que nunca desaparecerá esa magia que nació entre nosotros y que bien nos hemos ocupado de que crezca, hasta hacerse tan grande que nos invade.

Miro de nuevo tus ojos y el estribillo de aquella canción asoma de mis recuerdos: “Ey, solo pienso en ti” ¿Recuerdas? ¡Cielos! Yo era tan… niña, aún. Sí porque recuerdo bien cómo pensaba y cómo era entonces. Hemos cambiado… Sí, pero juntos, hemos crecido juntos y mientras ocurría nos acoplamos hasta sentirnos tan a gusto juntos, cómo… ¿Cuándo duermes en un colchón de lana? Haces la forma en él y cuando te mueves, ya no estas a gusto y vuelves a buscar esa forma que tan bien, tan llena te hace sentir.

¡No es posible te estés saliendo con la tuya! No, yo he de irme antes. Porque –dices- que soy más fuerte por dentro que tú y superaré tu falta, que no podrías seguir en este mundo sin mí. Pero te equivocas ¡No es cierto! Si tú te vas… no podré seguir, me iré contigo ¡Me oyes! Yo… me iré antes.

¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan quieto?, ¡Háblame! ¿No me miras?. Alguien me llama, me quieren llevar ¿A dónde? Yo no quiero irme, estoy contigo porque no quieres que me mueva de tu lado y así lo haré … siempre.

Estoy en el hospital, hace rato que tu mano no aprieta la mía ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¡Qué impotente me he sentido! Ahí estabas pidiéndome ayuda porque notabas y tú… no querías irte aún ¿verdad? Piensas como yo, no es posible, no puede ser ahora, no es el momento. Notaba cómo querías aferrarte a la vida. Esa vida que te… que nos traiciona, nos ignora. La muerte está ahí… esperando, quiero ayudarte en tu lucha, quiero que sigas respirando pero… mis intentos son inútiles, mi cerebro solo repite: “¡No, no aún no! ¡Respira! Yo estoy aquí y no me puedes dejar aún ¡No, no es el momento! … qué importa lo que nosotros queremos.

¿Por qué me miran esas enfermeras? Ya entiendo… he de irme mi amor, pero me quedaré en la puerta, no estaré lejos, nunca estaré lejos de ti… porque sé que tú, ahora, siempre me acompañarás dentro de mi alma. Espérame y algún día…

viernes, 14 de octubre de 2011

Delante de un café


Reflexiona mientras desliza entre sus dedos un mechero, la mirada fija en el fondo de la taza. Saca un cigarro de la pitillera, lo enciende y aspira como queriendo encontrar, en aquella calada, la forma de llevar lo que le dice su corazón contra la turbación de su mente.
Sonríe y al instante su rostro se entristece, toca aquel anillo, que ya no esta y que, a pesar del tiempo, aún se marca en su dedo; dirige la mirada hacia aquel anillo inexistente.

En ese café, donde todas las mañanas paraba para desayunar, comenzó una lucha interior que la mantenía desconcertada y sin saber como manejar todos aquellos sentimientos contradictorios.

Ella, se sentaba todas las mañanas delante de un café, unas veces acompañándolo con tostada, otras churros y, si era media mañana, ya no le apetecía dulce y se tomaba con ese café, una pulguita, sándwich.
Él, siempre se encontraba sentado en la misma mesa leyendo un libro, mientras escribía en un cuaderno, delante de un café, cerveza si era media mañana.
Ella sacaba su libro y desayunaba mientras leía. Otros días –esos en que su inquietud interior le hacía escribir- lo que ponía encima de la mesa, con la bandeja en una esquina, era su cuaderno y escribía aquello que necesitaba sacar de su interior y que, normalmente le descubría algo interesante a analizar.

Durante un mes solo cruzaron sus miradas -miradas furtivas las de ella, directas las de él-.. No comprendía por qué le inquietaban tanto, no era algo nuevo, normalmente ignoraba esas situaciones, porque siempre pensaba mal de los tíos (como los llamaba a modo de escudo, contra lo que se suponía despertaba en ellos).
Un día, mientras esperaba que le sirvieran su desayuno, su corazón se le aceleró como a una tonta adolescente cuando ve acercarse ese chico con el que se ilusiona.

-                    Creí que ya no te vería más, no sabes cuánto me he arrepentido de no pedirte tu número de teléfono y cuando te he visto entrar… ¡Cómo me miras! Estoy por irme.    –Así era, ella no atinó a decir nada, solo pensaba que él también estaría oyendo los latidos de su corazón-.
-                    ¡Vaya! Te aseguro que hoy mi autoestima no esta en su mejor momento y como no digas algo inmediatamente, me echaré a llorar o… saldré corriendo antes. –Lo dijo con una mirada pícara y divertida, que la hizo sonreír-.
-                    ¿Qué quieres que diga? No me lo esperaba.
-                    Es decir, tú… no te has fijado nunca en mí.
-                    No, no… no es eso, es que no estabas en tu mesa y creí…. –Calló, él sonreía, ella se maldecía por ser tan espontánea y no pensar las cosas antes de decirlas-.
-                    Hoy he venido más tarde y estaba ocupada, cosa que me ha molestado pero ahora me alegro, así he sabido que tú también… Sabías que existía. Me preguntaba si podría acompañarte o… ¿Prefieres tu libro?. –Se produjo un silencio (siempre la pasaba después de decir algo que no había querido, se quedaba muda).
-                    No sé, como tú quieras, no quiero interrumpir tu trabajo.
-                    ¿Cómo sabes que eso es lo que hago?.

Mientras hablaban ya habían llegado a una mesa, no entendió lo que él había dicho, casi no podía pensar.
-                    ¿Cómo?
-                    Sí, que trabajo aquí, soy corrector y traductor, en casa soy incapaz de trabajar más de media hora seguida. No me gustan los horarios fijos… ir siempre al mismo sitio… fichar, la jornada de trabajo y día tras día igual, por lo tanto al final he conseguido tener un empleo que me permite vivir bien pero sin rutina de horarios. Yo me marco mi tiempo de trabajo, aquí… me es muy fácil, me tomo mis descansos observando a la gente y continúo.
-                    Sí, como a mí.
-                    ¿Perdón? ¡AH, espera! Dices que te observaba a ti. No, te equivocas, a ti te admiraba.
-                    ¡Vaya! Me equivoqué. Eres uno de esos.
-                    ¿De esos?
-                    Un seductor cualquiera que va diciendo cosas bonitas para que piquen el anzuelo.

No respondió, el silencio empezaba a ser incómodo, por fin él dijo.

-                    Te has debido tropezar con muchos así, para que tengas ese concepto.
-                    Puede. –Se puso a la defensiva, ya no le parecía tan atractivo e interesante-.
-                    Si te dijera que me ha ofendido… supongo que no ayudaría a que cambiases de idea, no sé qué decir. Me he tenido que armar de valor para acercarme a ti y si me he decidido ha sido, por una única razón, que por mi estupidez y cobardía volviera a quedarme sin verte cada día. Solo quiero verte, quizá si tuviera la certeza de que entrarías por esa puerta cada día… no habría tenido coraje para acercarme.

Esta vez el silencio que se produjo no era incómodo, no sabía bien por qué pero le creía, le miró y solo atinó a sonreírle.

-                    ¿Eso es una reconciliación?
-                    Perdona, quizá, esta vez, no esté en lo cierto pero… no puedo evitarlo, soy muy desconfiada y enseguida me pongo a la defensiva.
-                    Desconfiada… ¿Con todo o… Solo con nosotros?
-                    Bueno, todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario. Dudo, por tanto, desconfío. Lo siento, soy así.
-                    Y me gusta como eres.

Se sucedieron muchas mañanas así, en las que se fueron contando, conociendo, divirtiéndose. Él insistía, cada mañana, en tener su número de teléfono y ella seguía eludiendo aquel momento, alegando que paraba cada día allí y cuando fuera a coger vacaciones… se lo daría. No se conformó y un día, entre las páginas del libro que estaba leyendo ella, le dejó su nombre y número de teléfono.
Cuando encontró el número, ya no pudo eludir más sus pensamientos y a ese trocito en su corazón, que pugnaba por hacerse oír.


-                    ¿Qué estoy haciendo? –. Se decía, una y otra vez  sin darse una respuesta, evitando enfrentarse a lo que le estaba pasando. Día tras día, luchaba con el deseo, la ilusión de estar con él, verle, escucharle, contarle y la tristeza que sentía en su interior. Se repetía, una y otra vez que no era posible, no podía estar enamorándose. No, si aún lo estaba de su marido, no podía traicionarle y, además, esa culpa. Por más que el razonamiento lógico le decía que ella debía continuar viviendo. Él ya no estaba. Su relación había sido tan intensa que fue casi perfecta y sabía muy bien que no le gustaría ver cómo vivía sin el amor de un hombre a su lado,

Hasta ese momento, durante los ratos que pasaban juntos, no se acordaba, era feliz y se divertía, volvía a tener ilusión en su corazón de mujer. Las dudas, el desconcierto y la tristeza venían nada más que le decía adiós.

Aquel hombre empezó a sospechar algo y así se lo hizo saber, ella eludía el momento con pretextos.

-        No me pasa nada, solo es que he dormido poco y estoy cansada.

Cuando se daba algún momento de proximidad entre ellos, ella se excusaba y se iba al baño o se marchaba pretextando que tenía más trabajo que otros días.

Sabía que no podía prolongar por más tiempo lo inevitable, y aún así, era incapaz de tomar una decisión. Cuando conseguía tener el suficiente valor para analizarlo todo, llegaba a la misma conclusión.
-                    He de pasar página. He de poner punto y final. Tengo ante mi otro capítulo en mi vida, algo que puede ser muy interesante, muy gratificante de vivir ¿Por qué no lo cojo? ¿Por qué no puedo decidirme?. Es posible que no llegue a sentir lo que tenía con Antonio. –En éste punto y sin ninguna diferencia… le ocurría lo mismo, callaba, sabía que no era verdad; sentía que podía llegar a ser una relación casi tan intensa-.
-                    ¿Entonces… por qué no puedo? ¿Por qué en cuanto hay posibilidad de… corto la comunicación entre nosotros? No lo entiendo, no me entiendo. No puedo con esto. ¡No sé cómo controlar tanta contradicción dentro de mi!. Hay una solución… me retiro y ya, no vuelvo a esa cafetería y así… se acaba todo ¡pero no quiero que acabe! Me siento tan a gusto a su lado y él siente lo mismo ¡lo sé! ¿Entonces? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué va ha ser de mi?.
Ya no podía más, sus razonamientos giraban y giraban siempre en la misma dirección, sin encontrar más que esa salida…
-                    ¡No puedo más! ¡No lo pensaré más! solo hay un camino; o lo coges… o sigues con él y vives lo que te toque vivir a su lado, con todas sus consecuencias; pero así… no, no puedes prolongar más la situación.

Y recordando el tiempo que aquel día había pasado al lado de él, delante de su café de la tarde… decidió. Subió la mano hasta su boca, deslizando la yema de los dedos por sus labios. Aún sentía los labios de él, su mano en la nuca, su mirada y el deseo que les asaltó a los dos.

Esa cafetería dejaría de ser “nuestra cafetería” como él le repetía cada día al despedirse. Nunca más pasaría cerca de ella. No tuvo valor para enfrentarse a sus miedos, no encontró el modo de cerrar capítulo y decidió seguir añorando aquel amor que el destino separó, por no poder abrirse a un nuevo amor y alojarlo en aquel corazón que luchaba por sentirse vivo y lleno.
Lloraba sin encontrar consuelo, mientras un trocito más de su corazón, se rompía, por no poder, por no haber encontrado cómo alcanzar lo que le vida le regalaba. Porque se juró que nunca más, su felicidad dependería de alguien.






A veces... Así es el amor.