viernes, 14 de octubre de 2011

Delante de un café


Reflexiona mientras desliza entre sus dedos un mechero, la mirada fija en el fondo de la taza. Saca un cigarro de la pitillera, lo enciende y aspira como queriendo encontrar, en aquella calada, la forma de llevar lo que le dice su corazón contra la turbación de su mente.
Sonríe y al instante su rostro se entristece, toca aquel anillo, que ya no esta y que, a pesar del tiempo, aún se marca en su dedo; dirige la mirada hacia aquel anillo inexistente.

En ese café, donde todas las mañanas paraba para desayunar, comenzó una lucha interior que la mantenía desconcertada y sin saber como manejar todos aquellos sentimientos contradictorios.

Ella, se sentaba todas las mañanas delante de un café, unas veces acompañándolo con tostada, otras churros y, si era media mañana, ya no le apetecía dulce y se tomaba con ese café, una pulguita, sándwich.
Él, siempre se encontraba sentado en la misma mesa leyendo un libro, mientras escribía en un cuaderno, delante de un café, cerveza si era media mañana.
Ella sacaba su libro y desayunaba mientras leía. Otros días –esos en que su inquietud interior le hacía escribir- lo que ponía encima de la mesa, con la bandeja en una esquina, era su cuaderno y escribía aquello que necesitaba sacar de su interior y que, normalmente le descubría algo interesante a analizar.

Durante un mes solo cruzaron sus miradas -miradas furtivas las de ella, directas las de él-.. No comprendía por qué le inquietaban tanto, no era algo nuevo, normalmente ignoraba esas situaciones, porque siempre pensaba mal de los tíos (como los llamaba a modo de escudo, contra lo que se suponía despertaba en ellos).
Un día, mientras esperaba que le sirvieran su desayuno, su corazón se le aceleró como a una tonta adolescente cuando ve acercarse ese chico con el que se ilusiona.

-                    Creí que ya no te vería más, no sabes cuánto me he arrepentido de no pedirte tu número de teléfono y cuando te he visto entrar… ¡Cómo me miras! Estoy por irme.    –Así era, ella no atinó a decir nada, solo pensaba que él también estaría oyendo los latidos de su corazón-.
-                    ¡Vaya! Te aseguro que hoy mi autoestima no esta en su mejor momento y como no digas algo inmediatamente, me echaré a llorar o… saldré corriendo antes. –Lo dijo con una mirada pícara y divertida, que la hizo sonreír-.
-                    ¿Qué quieres que diga? No me lo esperaba.
-                    Es decir, tú… no te has fijado nunca en mí.
-                    No, no… no es eso, es que no estabas en tu mesa y creí…. –Calló, él sonreía, ella se maldecía por ser tan espontánea y no pensar las cosas antes de decirlas-.
-                    Hoy he venido más tarde y estaba ocupada, cosa que me ha molestado pero ahora me alegro, así he sabido que tú también… Sabías que existía. Me preguntaba si podría acompañarte o… ¿Prefieres tu libro?. –Se produjo un silencio (siempre la pasaba después de decir algo que no había querido, se quedaba muda).
-                    No sé, como tú quieras, no quiero interrumpir tu trabajo.
-                    ¿Cómo sabes que eso es lo que hago?.

Mientras hablaban ya habían llegado a una mesa, no entendió lo que él había dicho, casi no podía pensar.
-                    ¿Cómo?
-                    Sí, que trabajo aquí, soy corrector y traductor, en casa soy incapaz de trabajar más de media hora seguida. No me gustan los horarios fijos… ir siempre al mismo sitio… fichar, la jornada de trabajo y día tras día igual, por lo tanto al final he conseguido tener un empleo que me permite vivir bien pero sin rutina de horarios. Yo me marco mi tiempo de trabajo, aquí… me es muy fácil, me tomo mis descansos observando a la gente y continúo.
-                    Sí, como a mí.
-                    ¿Perdón? ¡AH, espera! Dices que te observaba a ti. No, te equivocas, a ti te admiraba.
-                    ¡Vaya! Me equivoqué. Eres uno de esos.
-                    ¿De esos?
-                    Un seductor cualquiera que va diciendo cosas bonitas para que piquen el anzuelo.

No respondió, el silencio empezaba a ser incómodo, por fin él dijo.

-                    Te has debido tropezar con muchos así, para que tengas ese concepto.
-                    Puede. –Se puso a la defensiva, ya no le parecía tan atractivo e interesante-.
-                    Si te dijera que me ha ofendido… supongo que no ayudaría a que cambiases de idea, no sé qué decir. Me he tenido que armar de valor para acercarme a ti y si me he decidido ha sido, por una única razón, que por mi estupidez y cobardía volviera a quedarme sin verte cada día. Solo quiero verte, quizá si tuviera la certeza de que entrarías por esa puerta cada día… no habría tenido coraje para acercarme.

Esta vez el silencio que se produjo no era incómodo, no sabía bien por qué pero le creía, le miró y solo atinó a sonreírle.

-                    ¿Eso es una reconciliación?
-                    Perdona, quizá, esta vez, no esté en lo cierto pero… no puedo evitarlo, soy muy desconfiada y enseguida me pongo a la defensiva.
-                    Desconfiada… ¿Con todo o… Solo con nosotros?
-                    Bueno, todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario. Dudo, por tanto, desconfío. Lo siento, soy así.
-                    Y me gusta como eres.

Se sucedieron muchas mañanas así, en las que se fueron contando, conociendo, divirtiéndose. Él insistía, cada mañana, en tener su número de teléfono y ella seguía eludiendo aquel momento, alegando que paraba cada día allí y cuando fuera a coger vacaciones… se lo daría. No se conformó y un día, entre las páginas del libro que estaba leyendo ella, le dejó su nombre y número de teléfono.
Cuando encontró el número, ya no pudo eludir más sus pensamientos y a ese trocito en su corazón, que pugnaba por hacerse oír.


-                    ¿Qué estoy haciendo? –. Se decía, una y otra vez  sin darse una respuesta, evitando enfrentarse a lo que le estaba pasando. Día tras día, luchaba con el deseo, la ilusión de estar con él, verle, escucharle, contarle y la tristeza que sentía en su interior. Se repetía, una y otra vez que no era posible, no podía estar enamorándose. No, si aún lo estaba de su marido, no podía traicionarle y, además, esa culpa. Por más que el razonamiento lógico le decía que ella debía continuar viviendo. Él ya no estaba. Su relación había sido tan intensa que fue casi perfecta y sabía muy bien que no le gustaría ver cómo vivía sin el amor de un hombre a su lado,

Hasta ese momento, durante los ratos que pasaban juntos, no se acordaba, era feliz y se divertía, volvía a tener ilusión en su corazón de mujer. Las dudas, el desconcierto y la tristeza venían nada más que le decía adiós.

Aquel hombre empezó a sospechar algo y así se lo hizo saber, ella eludía el momento con pretextos.

-        No me pasa nada, solo es que he dormido poco y estoy cansada.

Cuando se daba algún momento de proximidad entre ellos, ella se excusaba y se iba al baño o se marchaba pretextando que tenía más trabajo que otros días.

Sabía que no podía prolongar por más tiempo lo inevitable, y aún así, era incapaz de tomar una decisión. Cuando conseguía tener el suficiente valor para analizarlo todo, llegaba a la misma conclusión.
-                    He de pasar página. He de poner punto y final. Tengo ante mi otro capítulo en mi vida, algo que puede ser muy interesante, muy gratificante de vivir ¿Por qué no lo cojo? ¿Por qué no puedo decidirme?. Es posible que no llegue a sentir lo que tenía con Antonio. –En éste punto y sin ninguna diferencia… le ocurría lo mismo, callaba, sabía que no era verdad; sentía que podía llegar a ser una relación casi tan intensa-.
-                    ¿Entonces… por qué no puedo? ¿Por qué en cuanto hay posibilidad de… corto la comunicación entre nosotros? No lo entiendo, no me entiendo. No puedo con esto. ¡No sé cómo controlar tanta contradicción dentro de mi!. Hay una solución… me retiro y ya, no vuelvo a esa cafetería y así… se acaba todo ¡pero no quiero que acabe! Me siento tan a gusto a su lado y él siente lo mismo ¡lo sé! ¿Entonces? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué va ha ser de mi?.
Ya no podía más, sus razonamientos giraban y giraban siempre en la misma dirección, sin encontrar más que esa salida…
-                    ¡No puedo más! ¡No lo pensaré más! solo hay un camino; o lo coges… o sigues con él y vives lo que te toque vivir a su lado, con todas sus consecuencias; pero así… no, no puedes prolongar más la situación.

Y recordando el tiempo que aquel día había pasado al lado de él, delante de su café de la tarde… decidió. Subió la mano hasta su boca, deslizando la yema de los dedos por sus labios. Aún sentía los labios de él, su mano en la nuca, su mirada y el deseo que les asaltó a los dos.

Esa cafetería dejaría de ser “nuestra cafetería” como él le repetía cada día al despedirse. Nunca más pasaría cerca de ella. No tuvo valor para enfrentarse a sus miedos, no encontró el modo de cerrar capítulo y decidió seguir añorando aquel amor que el destino separó, por no poder abrirse a un nuevo amor y alojarlo en aquel corazón que luchaba por sentirse vivo y lleno.
Lloraba sin encontrar consuelo, mientras un trocito más de su corazón, se rompía, por no poder, por no haber encontrado cómo alcanzar lo que le vida le regalaba. Porque se juró que nunca más, su felicidad dependería de alguien.






A veces... Así es el amor.

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