viernes, 28 de octubre de 2011

La descripción en el relato

Juanma

Se encontraba muy a gusto en ese garito en compañía de aquella querida amiga, quizá la música se encontraba algo alta para poder hablar sin gritar, pero se respiraba muy buen rollo.

De pronto la mano de su amiga tiró de ella, con tanto ímpetu que casi hace se le derrame la copa.

        -¡Juanma!. –Gritó y mirando hacia ella.- Ven te voy a presentar a un tío muy enrollado, es uno de mis mejores amigos, ven… ven. –Gritaba todo esto mientras tiraba de ella, sin enterarse de los malabarismos que tuvo que hacer para sujetar su copa, mientras intentaba seguir los pasos de su amiga-.
Y menos mal que su amigo, ya se había dado la vuelta porque, literalmente… aterrizó abrazándose a él.
Desde donde la dejó su alocada amiga, observaba a aquel chico… Era bastante atractivo, con aire dulce en su mirada, aunque a primera vista quisiera dar impresión de ser un chico malo. Alto y delgado con camisa y pantalón negro, abrigo que casi le llegaba a los tobillos, también negro, un cinturón lleno de adornos que no alcanzaba a distinguir, una fina cadena que salía del pantalón para acabar de nuevo en él y para completar, unas botas grandes, negras que le hacían parecer más alto.
Mientras, su amiga gesticulaba mucho al hablar. Miraron hacia donde se encontraba ella, su interior casi se sobresaltó, la habían pillado y estuvo a punto, de mirar para otro lado.

Besos, presentaciones y miradas de refilón observándose mutuamente. Aquel chico tenía un magnetismo especial, o eso le llegaba a ella. Su aroma hablaba de frescura en su sentir, un aroma varonil y envolvente que hacía le brotaran diversidad de sensaciones.

Decían algo como que aquí no había quien hablara y, cuando quiso darse cuenta, estaban fuera del garito y los dos sonreían mirándola.

-                    ¿Qué… qué pasa?. -Les dijo, abriendo los brazos y mirándose, con cara de sorpresa cuando su mirada se tropezó, con aquella copa que aún estaba en su mano. Ya no solo sonreían y a ella le asaltó su sentido del ridículo, que la hacía vacilar entre entrar al garito, bebérsela o soltarla ahí mismo-.
-                    Tranqui, dame. -Juanma salvó la situación, con un aire protector que la confundió. Cuando se alejaba con la copa, su amiga comenzó a bombardearla a preguntas.-
-                    ¿Qué te pasa? ¿A que esta muy bien? ¿A que es majo? ¿Te gusta? ¿No quieres saber qué me ha dicho de ti? ¡¿No piensas decir algo?! ¡Vamos que llegará enseguida!.
-                    ¡Si no me dejas! ¡Ya… por favor! ¡Qué agobio!.

Juanma ya estaba a su lado y con un movimiento firme pero tierno puso su mano en el hombro de ella mientras cogía de la cintura a su amiga.
-                    Vamos, sé de un sitio donde estaremos más tranquilos.

Aquel chico daba sus pasos gritando al mundo: soy fuerte, no me dejaré arrollar y sus movimientos expresaban: no busco problemas, voy a lo mío. Cosa que la despertó gran curiosidad por conocer más de él.
Mientras la amiga se esforzaba en hacerlos entender, mutuamente que eran las mejores personas del mundo… llegaron a otro sitio dónde había menos gente, con música más tranquila y a un nivel que les permitiría mantener una conversación sin quedarse sin voz.

Empezaba a ponerse nerviosa pues el tal Juanma, no dejaba de observarla aprovechando, que su dicharachera amiga no dejaba de hablar. Sin apartar la mirada de ella, interpeló a su amiga-.
-                    Al fin has cumplido tu palabra.
-                    ¿Qué? ¿A qué te refieres? –comprendió solo con percibir cómo miraba hacia aquella amiga que, minutos antes, había descrito como lo mejor de lo mejor.
-                    Digo, que ésta vez vienes con alguien que creo puede…
No pudo continuar, su amiga ya había pasado a explicarle que Juanma tenía un problema: siempre se equivocaba en elegir a las mujeres y acababa pasándolo mal, por eso le prometió, le presentaría a alguien que valiera la pena.
En ese instante se dio cuenta de la jugada de su amiga, todo lo había planeado con premeditación y alevosía, recordó que en días anteriores la mareó, durante toda una comida, contándole de su amigo Juanma ¡Vaya!... Era él, aunque tuvo que reconocer que no mintió en nada. Era casi perfecto, pero su amiga omitió algo, había un pero, un pero que ponía distancia entre los dos, una distancia… de años, doce exactamente.
Así fueron pasando las horas y fue descubriendo que tenía ante sí a alguien inteligente, con sentido del humor y sincero… muy sincero.
Decidieron dejar aquel sitio y pasear bajo aquella espléndida noche. Increíblemente ocurrió algo impensable para ella, que conocía bien a su amiga, estaba callada, incluso en algunos instantes andaba unos pasos atrás. Le resultaba tan agradable, la compañía y conversación de él, que no fue consciente de ello hasta que la amiga, llamándoles les dijo que estaba cansada y se iba a casa. No vivía lejos, y Juanma cariñosamente le dijo que la acompañarían hasta su portal. Cuando se despedían, ella le dio dos besos diciéndola:
-                    Tenemos que hablar, eres… lo tenías todo planeado ¿Eh? Y ahora desapareces de la escena, como quien no quiera la cosa ¡Esta me la pagas!.
-                    Llámame cuando llegues a casa. –dijo sonriendo y con una mirada pícara.

Mientras miraban cómo entraba en el portar, Juanma dijo:

-                    Bueno, supongo que tú también querrás irte. No creo que tengas ningún interés ya en seguir. Aunque podríamos tomar la penúltima no lejos de aquí y después… te puedo acompañar al metro, o… a tu casa, si quieres, por supuesto.
-                    No creo que me convenga tomar una penúltima. Escucha, aún te queda noche, entenderé que quieras irte, no quiero que te sientas obligado a cargar con la carroza de la amiga de tu amiga.
-                    Te aseguro que no podría estar más a gusto en otra parte, me agrada tu compañía y creo exageras ¿Qué tienes… un par de años más que yo? ¿29… 30 años?.
-                    Gracias por ser tan amable pero súmale diez más a esos dos.
-                    No… ¡Imposible! Me estas vacilando.
Tanto insistió en el tema que terminó sacando el DNI para que lo creyera. Su única respuesta fue que no le importaba.
-                    Vamos.
-                    ¿A dónde?
-                    No lo sé ¿Importa?
Si hasta aquel momento se sintió a gusto en su compañía, ahora era mejor, con total naturalidad la cogió por la cintura y con esa dulzura que solo puede expresar quien es sincero y auténtico, la empujó para que le acompañara. No hablaban, solo disfrutaban del momento, de una cómoda y despreocupada compañía que se había instalado entre ellos.

Sin vacilar, se sentó en un banco invitándola a hacer lo mismo. Preguntó desde cuándo conocía a su amiga y entre risas contaban, cada uno, anécdotas y situaciones vividas con ella. No podía dejar de observarle; cómo hablaba, sus labios bien marcados y esos ojos azules, limpios y de mirada directa que brillaban en intensidad según lo que decía, con un tono dulce pero firme, una voz fuerte y cariñosa que la hacía desear que nunca callara.
-                    No me importa.
-                    ¿El qué? –dijo ella-.
-                    Esos doce años, me has caído muy bien, me gustas mucho y quiero conocerte. –Los dos callaron, él la miraba como esperando alguna respuesta.
-                    ¿Y bien? ¿Qué me dices?
-                    Que eres muy directo y… ¡Acabamos de conocernos! Aunque no hubiera esos años de diferencia entre nosotros….
-                    Mira, estoy seguro que si no hubiera esos años que dices, estarías reaccionando de otra manera, sé que sientes lo mismo que yo… lo sé y no me preguntes que cómo lo sé, porque sería una forma de intentar eludir lo que ocurre, no quiero eludir nada, yo… lo tengo muy claro.
-                    ¡Vaya! ¡Qué seguridad! Sorprendente, eres directo, sincero y sin rodeos… ¿Siempre llegas a donde te propones?.
-                    ¿Y?
-                    Además… impetuoso e impaciente.
-                    Impaciente… no. Veras, sé que no tengo nada que hacer, porque terminarás diciendo que no. Solo intento que no lo analices tanto y te dejes llevar por el momento, por lo que nos esta ocurriendo ¿No lo notas? Aunque te atrevas a decirme que no… no te creeré. Es demasiado obvio, y estoy seguro de otra cosa: si la diferencia de edad, fuera al revés… y con lo que ha nacido entre nosotros, no vacilarías ni un segundo.
-                    ¿Qué es demasiado obvio?
-                    No intentes eludirme. Hasta esa mujer que esta pasando por delante nuestro lo percibe… ¡¿A qué sí señora?! –No podía creerlo, le dio un manotazo en la pierna mirándole asombrada-.
-                    ¿Qué haces?
-                    ¿Qué? Tú no me respondes, esta claro, admite que esta pasando algo importante entre nosotros y me callaré.

Y se quedó ahí, de pie, delante de ella, con una pose retadora y una expresión pícara señaló a otra persona que iba a pasar también por delante de ellos.
        -       Vale, vale… para, siéntate. Eres persistente, no comprendes que tu seguridad, tu frescura y esa naturalidad tuya para asumir tan a la ligera, algo importante me hacen sentir… totalmente insegura.
        -       Crees que lo asumo a la ligera… te equivocas, solo es que no me importa, para mi es algo insignificante comparado con lo que despiertas en mi. Aunque comprendo tu inseguridad, quizá es cierto que estoy siendo demasiado impulsivo, toma –extendió su mano dándole una tarjeta- Y no olvides que si no me llamas pronto, tengo cómo poder conseguir tu número de teléfono y hasta tu dirección. -Mientras se guardaba en su bolso aquella tarjeta, él pasó la mano por su hombro, estrechándola de un modo que notaba su comprensión, y ese sentimiento que había asomado entre ellos, sin pedir permiso, sin ser invitado-.

-                    Creo que he de irme ya o me quedaré sin metro.
-                    Pues coges un búho.
-                    Ya pero tarda mucho y su recorrido es muy largo.
-                    Te acompañaré, y así se te hará más corto. –Con cara de niño triste y mimado continuó diciendo-.
-                    No te vayas aún, un poco más solo un ratito ¿Sí? ¿Vale?.

Reía, mientras pensada que, además también sabía ser encantador, imposible negarse, tenía tal personalidad que no encontraba armas de defensa contra aquel hombre. En un instante de sinceridad con su interior, admitió que tampoco quería encontrar ningún arma que le pudiera separar de vivir intensamente esa noche mágica.
Ya de vuelta a su vida, lejos de él y su magnetismo, podía pensar con más claridad; y había un miedo latente, intentaba engañarse diciéndose que no saldría bien, la presión del entorno no dejaría que saliera bien. Se engañaba, pero había una vocecita recordándole, que a ella nunca le había importado la opinión de los demás, mientras estuviera segura de que era eso lo que quería y, había dejado bien claro, que a él tampoco le haría mella lo que los demás opinaran. Era ella la que ponía la distancia, no podía evitar pensar que esa distancia en años siempre estaría ahí, y el temor a dejar de parecerle tan interesante, cuando fueran pasando esos doce años, igual para los dos pero desigual desde la diferencia.
Pasara lo que pasara, había algo de lo que estaba segura: nadie podría quitarle nunca, ni ella misma… la sensación que vivió esa noche en que sintió la magia tan de cerca y tan viva.

lunes, 24 de octubre de 2011

MONÓLOGO INTERIOR

Cuando la realidad
perturba

He soñado que te aferrabas a mi brazo gritando que te morías, pero no es verdad… Solo un sueño, porque estas a mi lado y te oigo hablar, contando algo del trabajo, es posible que no te preste atención pero sí te siento muy cerca, tu pierna rozando la mía, jugando con mis dedos, te gusta recorrer mis largas uñas. Ahora ya no hablas de trabajo, me dices que mire el cielo, llamas mi atención para que disfrute de aquel relámpago que, por un instante ilumina la noche. Te gustan las tormentas y has hecho que deje de temerlas, tú me has enseñado a amar y a disfrutar el poder de la naturaleza. Me estremezco con el ruido del trueno acercándome más a ti, tú… sonríes, me estrechas contra tu cuerpo y dices: “Tontita”. No me ofendo porque me llames así, lo dices ¡Con tanto amor! …con ternura. Me siento pequeña a tu lado, te veo casi… casi tan poderoso como la naturaleza y aunque me vea así… a la vez, siento soy importante. Sí, es lo que haces perciba; sé que soy importante para ti, y alguien más que yo, piensa tengo mucho para dar.

Sí, solo es un sueño, una pesadilla que tal vez tuve pero no es mi realidad. No, estás aquí escuchando cómo te cuento, sintiendo mi mano deslizarse por tu cuello… tu pecho. Mirándome, con esos ojos llenos de amor para mí. Te noto demasiado dentro de mí, como para que en éste instante esté terminando tu vida.

Esto me hace pensar, lo afortuna que soy, hasta en los momentos en que tu frustración con tu interior no te dejan amar y quieres rechazarme de tu espacio; hasta en esos instantes, seguimos conectados. Pase lo que pase… Nos amaremos siempre. Lo sabes ¿verdad? Eres consciente, como yo, de que nunca desaparecerá esa magia que nació entre nosotros y que bien nos hemos ocupado de que crezca, hasta hacerse tan grande que nos invade.

Miro de nuevo tus ojos y el estribillo de aquella canción asoma de mis recuerdos: “Ey, solo pienso en ti” ¿Recuerdas? ¡Cielos! Yo era tan… niña, aún. Sí porque recuerdo bien cómo pensaba y cómo era entonces. Hemos cambiado… Sí, pero juntos, hemos crecido juntos y mientras ocurría nos acoplamos hasta sentirnos tan a gusto juntos, cómo… ¿Cuándo duermes en un colchón de lana? Haces la forma en él y cuando te mueves, ya no estas a gusto y vuelves a buscar esa forma que tan bien, tan llena te hace sentir.

¡No es posible te estés saliendo con la tuya! No, yo he de irme antes. Porque –dices- que soy más fuerte por dentro que tú y superaré tu falta, que no podrías seguir en este mundo sin mí. Pero te equivocas ¡No es cierto! Si tú te vas… no podré seguir, me iré contigo ¡Me oyes! Yo… me iré antes.

¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan quieto?, ¡Háblame! ¿No me miras?. Alguien me llama, me quieren llevar ¿A dónde? Yo no quiero irme, estoy contigo porque no quieres que me mueva de tu lado y así lo haré … siempre.

Estoy en el hospital, hace rato que tu mano no aprieta la mía ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¡Qué impotente me he sentido! Ahí estabas pidiéndome ayuda porque notabas y tú… no querías irte aún ¿verdad? Piensas como yo, no es posible, no puede ser ahora, no es el momento. Notaba cómo querías aferrarte a la vida. Esa vida que te… que nos traiciona, nos ignora. La muerte está ahí… esperando, quiero ayudarte en tu lucha, quiero que sigas respirando pero… mis intentos son inútiles, mi cerebro solo repite: “¡No, no aún no! ¡Respira! Yo estoy aquí y no me puedes dejar aún ¡No, no es el momento! … qué importa lo que nosotros queremos.

¿Por qué me miran esas enfermeras? Ya entiendo… he de irme mi amor, pero me quedaré en la puerta, no estaré lejos, nunca estaré lejos de ti… porque sé que tú, ahora, siempre me acompañarás dentro de mi alma. Espérame y algún día…

viernes, 14 de octubre de 2011

Delante de un café


Reflexiona mientras desliza entre sus dedos un mechero, la mirada fija en el fondo de la taza. Saca un cigarro de la pitillera, lo enciende y aspira como queriendo encontrar, en aquella calada, la forma de llevar lo que le dice su corazón contra la turbación de su mente.
Sonríe y al instante su rostro se entristece, toca aquel anillo, que ya no esta y que, a pesar del tiempo, aún se marca en su dedo; dirige la mirada hacia aquel anillo inexistente.

En ese café, donde todas las mañanas paraba para desayunar, comenzó una lucha interior que la mantenía desconcertada y sin saber como manejar todos aquellos sentimientos contradictorios.

Ella, se sentaba todas las mañanas delante de un café, unas veces acompañándolo con tostada, otras churros y, si era media mañana, ya no le apetecía dulce y se tomaba con ese café, una pulguita, sándwich.
Él, siempre se encontraba sentado en la misma mesa leyendo un libro, mientras escribía en un cuaderno, delante de un café, cerveza si era media mañana.
Ella sacaba su libro y desayunaba mientras leía. Otros días –esos en que su inquietud interior le hacía escribir- lo que ponía encima de la mesa, con la bandeja en una esquina, era su cuaderno y escribía aquello que necesitaba sacar de su interior y que, normalmente le descubría algo interesante a analizar.

Durante un mes solo cruzaron sus miradas -miradas furtivas las de ella, directas las de él-.. No comprendía por qué le inquietaban tanto, no era algo nuevo, normalmente ignoraba esas situaciones, porque siempre pensaba mal de los tíos (como los llamaba a modo de escudo, contra lo que se suponía despertaba en ellos).
Un día, mientras esperaba que le sirvieran su desayuno, su corazón se le aceleró como a una tonta adolescente cuando ve acercarse ese chico con el que se ilusiona.

-                    Creí que ya no te vería más, no sabes cuánto me he arrepentido de no pedirte tu número de teléfono y cuando te he visto entrar… ¡Cómo me miras! Estoy por irme.    –Así era, ella no atinó a decir nada, solo pensaba que él también estaría oyendo los latidos de su corazón-.
-                    ¡Vaya! Te aseguro que hoy mi autoestima no esta en su mejor momento y como no digas algo inmediatamente, me echaré a llorar o… saldré corriendo antes. –Lo dijo con una mirada pícara y divertida, que la hizo sonreír-.
-                    ¿Qué quieres que diga? No me lo esperaba.
-                    Es decir, tú… no te has fijado nunca en mí.
-                    No, no… no es eso, es que no estabas en tu mesa y creí…. –Calló, él sonreía, ella se maldecía por ser tan espontánea y no pensar las cosas antes de decirlas-.
-                    Hoy he venido más tarde y estaba ocupada, cosa que me ha molestado pero ahora me alegro, así he sabido que tú también… Sabías que existía. Me preguntaba si podría acompañarte o… ¿Prefieres tu libro?. –Se produjo un silencio (siempre la pasaba después de decir algo que no había querido, se quedaba muda).
-                    No sé, como tú quieras, no quiero interrumpir tu trabajo.
-                    ¿Cómo sabes que eso es lo que hago?.

Mientras hablaban ya habían llegado a una mesa, no entendió lo que él había dicho, casi no podía pensar.
-                    ¿Cómo?
-                    Sí, que trabajo aquí, soy corrector y traductor, en casa soy incapaz de trabajar más de media hora seguida. No me gustan los horarios fijos… ir siempre al mismo sitio… fichar, la jornada de trabajo y día tras día igual, por lo tanto al final he conseguido tener un empleo que me permite vivir bien pero sin rutina de horarios. Yo me marco mi tiempo de trabajo, aquí… me es muy fácil, me tomo mis descansos observando a la gente y continúo.
-                    Sí, como a mí.
-                    ¿Perdón? ¡AH, espera! Dices que te observaba a ti. No, te equivocas, a ti te admiraba.
-                    ¡Vaya! Me equivoqué. Eres uno de esos.
-                    ¿De esos?
-                    Un seductor cualquiera que va diciendo cosas bonitas para que piquen el anzuelo.

No respondió, el silencio empezaba a ser incómodo, por fin él dijo.

-                    Te has debido tropezar con muchos así, para que tengas ese concepto.
-                    Puede. –Se puso a la defensiva, ya no le parecía tan atractivo e interesante-.
-                    Si te dijera que me ha ofendido… supongo que no ayudaría a que cambiases de idea, no sé qué decir. Me he tenido que armar de valor para acercarme a ti y si me he decidido ha sido, por una única razón, que por mi estupidez y cobardía volviera a quedarme sin verte cada día. Solo quiero verte, quizá si tuviera la certeza de que entrarías por esa puerta cada día… no habría tenido coraje para acercarme.

Esta vez el silencio que se produjo no era incómodo, no sabía bien por qué pero le creía, le miró y solo atinó a sonreírle.

-                    ¿Eso es una reconciliación?
-                    Perdona, quizá, esta vez, no esté en lo cierto pero… no puedo evitarlo, soy muy desconfiada y enseguida me pongo a la defensiva.
-                    Desconfiada… ¿Con todo o… Solo con nosotros?
-                    Bueno, todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario. Dudo, por tanto, desconfío. Lo siento, soy así.
-                    Y me gusta como eres.

Se sucedieron muchas mañanas así, en las que se fueron contando, conociendo, divirtiéndose. Él insistía, cada mañana, en tener su número de teléfono y ella seguía eludiendo aquel momento, alegando que paraba cada día allí y cuando fuera a coger vacaciones… se lo daría. No se conformó y un día, entre las páginas del libro que estaba leyendo ella, le dejó su nombre y número de teléfono.
Cuando encontró el número, ya no pudo eludir más sus pensamientos y a ese trocito en su corazón, que pugnaba por hacerse oír.


-                    ¿Qué estoy haciendo? –. Se decía, una y otra vez  sin darse una respuesta, evitando enfrentarse a lo que le estaba pasando. Día tras día, luchaba con el deseo, la ilusión de estar con él, verle, escucharle, contarle y la tristeza que sentía en su interior. Se repetía, una y otra vez que no era posible, no podía estar enamorándose. No, si aún lo estaba de su marido, no podía traicionarle y, además, esa culpa. Por más que el razonamiento lógico le decía que ella debía continuar viviendo. Él ya no estaba. Su relación había sido tan intensa que fue casi perfecta y sabía muy bien que no le gustaría ver cómo vivía sin el amor de un hombre a su lado,

Hasta ese momento, durante los ratos que pasaban juntos, no se acordaba, era feliz y se divertía, volvía a tener ilusión en su corazón de mujer. Las dudas, el desconcierto y la tristeza venían nada más que le decía adiós.

Aquel hombre empezó a sospechar algo y así se lo hizo saber, ella eludía el momento con pretextos.

-        No me pasa nada, solo es que he dormido poco y estoy cansada.

Cuando se daba algún momento de proximidad entre ellos, ella se excusaba y se iba al baño o se marchaba pretextando que tenía más trabajo que otros días.

Sabía que no podía prolongar por más tiempo lo inevitable, y aún así, era incapaz de tomar una decisión. Cuando conseguía tener el suficiente valor para analizarlo todo, llegaba a la misma conclusión.
-                    He de pasar página. He de poner punto y final. Tengo ante mi otro capítulo en mi vida, algo que puede ser muy interesante, muy gratificante de vivir ¿Por qué no lo cojo? ¿Por qué no puedo decidirme?. Es posible que no llegue a sentir lo que tenía con Antonio. –En éste punto y sin ninguna diferencia… le ocurría lo mismo, callaba, sabía que no era verdad; sentía que podía llegar a ser una relación casi tan intensa-.
-                    ¿Entonces… por qué no puedo? ¿Por qué en cuanto hay posibilidad de… corto la comunicación entre nosotros? No lo entiendo, no me entiendo. No puedo con esto. ¡No sé cómo controlar tanta contradicción dentro de mi!. Hay una solución… me retiro y ya, no vuelvo a esa cafetería y así… se acaba todo ¡pero no quiero que acabe! Me siento tan a gusto a su lado y él siente lo mismo ¡lo sé! ¿Entonces? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué va ha ser de mi?.
Ya no podía más, sus razonamientos giraban y giraban siempre en la misma dirección, sin encontrar más que esa salida…
-                    ¡No puedo más! ¡No lo pensaré más! solo hay un camino; o lo coges… o sigues con él y vives lo que te toque vivir a su lado, con todas sus consecuencias; pero así… no, no puedes prolongar más la situación.

Y recordando el tiempo que aquel día había pasado al lado de él, delante de su café de la tarde… decidió. Subió la mano hasta su boca, deslizando la yema de los dedos por sus labios. Aún sentía los labios de él, su mano en la nuca, su mirada y el deseo que les asaltó a los dos.

Esa cafetería dejaría de ser “nuestra cafetería” como él le repetía cada día al despedirse. Nunca más pasaría cerca de ella. No tuvo valor para enfrentarse a sus miedos, no encontró el modo de cerrar capítulo y decidió seguir añorando aquel amor que el destino separó, por no poder abrirse a un nuevo amor y alojarlo en aquel corazón que luchaba por sentirse vivo y lleno.
Lloraba sin encontrar consuelo, mientras un trocito más de su corazón, se rompía, por no poder, por no haber encontrado cómo alcanzar lo que le vida le regalaba. Porque se juró que nunca más, su felicidad dependería de alguien.






A veces... Así es el amor.