Con cada amor y canción. En cada equivocación y acierto. Nueva canción y nuevo amor con sus despedidas incluidas, aprendió a saber esperar, a dar, a recibir, a escuchar hasta cuando no se habla. A disfrutar, tanto, de la ilusión de los comienzos, impaciencia por conocer; incluso dudas, incertidumbre, acompañado de, en ocasiones, tristeza y engaño; como, con la desilusión, una tristeza más dañina y, de nuevo, la soledad y la sensación de ya nunca poder sentir igual; o que era muy posible se equivocara. El sentimiento de que tenía que haber sido más lanzada, haberse atrevido porque, tal vez… tal vez era él y, por no dar el primer paso, nunca sabría. Pero siempre queriendo saber y queriendo más.
Aprendió, pensaba que eso era lo importante. Necesitó andar esos caminos para saber y, lo más, para llegar a conocerse, por tanto a poder profundizar en su mente y corazón para saber lo que quería y lo que no; lo que buscaba. Así, un largo camino, duro a veces, desalentador otras muchas, pero siempre enriquecedor. Porque así quería que fuera, de cada nueva experiencia guardaba lo esencial, lo analizaba hasta sintetizarlo, tanto, que solo quedaba el momento con lo vivido y sus consecuencias. No sabía hacerlo de otra manera, ponía su balanza mental y separaba, lo positivo-lo negativo de cada vivencia y, cada cosa separada la analizaba hasta desgranarla y terminar guardando la distancia suficiente, para ver la realidad, independientemente, de los sentimientos del momento. Eso, es lo que la ayudaba a seguir creciendo y avanzando.
¿Qué fue lo que le llevó a vivir todo así? Era algo que no tenía muy claro, estaba la posibilidad de ser así, haber nacido ya así, con esa tendencia a mirar cada asunto por todos sus ángulos y terminar viendo cada situación al desnudo sin adornos y, a pesar de ser tan apasionada con todo lo que emprendía, conseguir apartar la pasión a un rincón hasta que terminaba de analizar y concluir. O, posiblemente el hecho de que esa pasión que la acompañó para todo… la hacía estar, siempre, en una montaña rusa que no la dejaba discernir, lo que podría hacerla feliz de lo que no. Tal vez, se cansó de estar, ahora pletórica y exaltante y en un instante siguiente, sumida en la tristeza y el desaliento. Por ello casi estaba convencida, de haber aprendido también aquello. Aprendió a controlar los impulsos de su alma, la tendencia de aquel corazón de buscar desesperadamente un amor a su medida y esa mente analítica que no encajaba con la pasión de su alma y un corazón siempre desbocado. En vez de dejar que siguieran en continua guerra: alma, corazón y mente; medió, cada instante para terminar hallando un punto de encuentro y concluir con todos en un aparente equilibrio, que le permitía estar en paz con su interior y, a pesar de las circunstancias del momento, conseguir ser feliz y estar feliz con su entorno.
Y, para poder conseguir todo esto, lo aliñó con determinación, amor, mucho amor por todo lo que le rodeaba, hacía, vivía y, comprensión. Pudo aprender que para ser comprensiva con su entorno… primero había de serlo con ella, por lo que, consiguió darse márgenes, tiempos y tolerancia con ella misma y, una vez desarrollada esta capacidad la aplicó a todos. Y todo, lo sazonó con la premisa de nunca juzgar a nada ni a nadie, incluida ella –pues cada cual actúa según el momento, por las vivencias anteriores, estado de ánimo y lo que se espera-.
Algo importante que aprendió, cuanto menos se espera de los demás o de las situaciones, menos oposición tienes a asumir cómo es cada cual, ya que en su momento, supo que aunque todos somos iguales y aspiramos a lo mismo: ser felices; nunca se pueden cumplir, totalmente las expectativas de los demás. Si no esperas nada, no te sientes defraudado. Se podría decir que casi había conseguido: amar, por amar y a cada cual como es, simplemente.
Con estos condimentos regados de ilusión y, además paciencia, se tomó su tiempo para que se fuera cocinando todo y cuando tuvo conciencia de que ya casi estaba… resolvió que era el momento de seguir aprendiendo.
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