lunes, 28 de noviembre de 2011

Aprendió


Con cada amor y canción. En cada equivocación y acierto. Nueva canción y nuevo amor con sus despedidas incluidas, aprendió a saber esperar, a dar, a recibir, a escuchar hasta cuando no se habla. A disfrutar, tanto, de la ilusión de los comienzos, impaciencia por conocer; incluso dudas, incertidumbre, acompañado de, en ocasiones, tristeza y engaño; como, con la desilusión, una tristeza más dañina y, de nuevo, la soledad y la sensación de ya nunca poder sentir igual; o que era muy posible se equivocara. El sentimiento de que tenía que haber sido más lanzada, haberse atrevido porque, tal vez… tal vez era él y, por no dar el primer paso, nunca sabría. Pero siempre queriendo saber y queriendo más.
Aprendió, pensaba que eso era lo importante. Necesitó andar esos caminos para saber y, lo más, para llegar a conocerse, por tanto a poder profundizar en su mente y corazón para saber lo que quería y lo que no; lo que buscaba. Así, un largo camino, duro a veces, desalentador otras muchas, pero siempre enriquecedor. Porque así quería que fuera, de cada nueva experiencia guardaba lo esencial, lo analizaba hasta sintetizarlo, tanto, que solo quedaba el momento con lo vivido y sus consecuencias. No sabía hacerlo de otra manera, ponía su balanza mental y separaba, lo positivo-lo negativo de cada vivencia y, cada cosa separada la analizaba hasta desgranarla y terminar guardando la distancia suficiente, para ver la realidad, independientemente, de los sentimientos del momento. Eso, es lo que la ayudaba a seguir creciendo y avanzando.
¿Qué fue lo que le llevó a vivir todo así? Era algo que no tenía muy claro, estaba la posibilidad de ser así, haber nacido ya así, con esa tendencia a mirar cada asunto por todos sus ángulos y terminar viendo cada situación al desnudo sin adornos y, a pesar de ser tan apasionada con todo lo que emprendía, conseguir apartar la pasión a un rincón hasta que terminaba de analizar y concluir. O, posiblemente el hecho de que esa pasión que la acompañó para todo… la hacía estar, siempre, en una montaña rusa que no la dejaba discernir, lo que podría hacerla feliz de lo que no. Tal vez, se cansó de estar, ahora pletórica y exaltante y en un instante siguiente, sumida en la tristeza y el desaliento. Por ello casi estaba convencida, de haber aprendido también aquello. Aprendió a controlar los impulsos de su alma, la tendencia de aquel corazón de buscar desesperadamente un amor a su medida y esa mente analítica que no encajaba con la pasión de su alma y un corazón siempre desbocado. En vez de dejar que siguieran en continua guerra: alma, corazón y mente; medió, cada instante para terminar hallando un punto de encuentro y concluir con todos en un aparente equilibrio, que le permitía estar en paz con su interior y, a pesar de las circunstancias del momento, conseguir ser feliz y estar feliz con su entorno.
Y, para poder conseguir todo esto, lo aliñó con determinación, amor, mucho amor por todo lo que le rodeaba, hacía, vivía y, comprensión. Pudo aprender que para ser comprensiva con su entorno… primero había de serlo con ella, por lo que, consiguió darse márgenes, tiempos y tolerancia con ella misma y, una vez desarrollada esta capacidad la aplicó a todos. Y todo, lo sazonó con la premisa de nunca juzgar a nada ni a nadie, incluida ella –pues cada cual actúa según el momento, por las vivencias anteriores, estado de ánimo y lo que se espera-.
Algo importante que aprendió, cuanto menos se espera de los demás o de las situaciones, menos oposición tienes a asumir cómo es cada cual, ya que en su momento, supo que aunque todos somos iguales y aspiramos a lo mismo: ser felices; nunca se pueden cumplir, totalmente las expectativas de los demás. Si no esperas nada, no te sientes defraudado. Se podría decir que casi había conseguido: amar, por amar y a cada cual como es, simplemente.
Con estos condimentos regados de ilusión y, además paciencia, se tomó su tiempo para que se fuera cocinando todo y cuando tuvo conciencia de que ya casi estaba… resolvió que era el momento de seguir aprendiendo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Relato corto

“Sus Manos”
¿Cuándo un roce deja de ser roce y es caricia? Con esta pregunta empezó todo.
 Lo que ocurrió antes de dicha pregunta desencadenó una tormenta de sensaciones y una tempestad de pensamientos, regadas de confusión, inquietud y el despertar a un nuevo paso, provocado por unas manos recorriendo los brazos de una mujer en letargo, una mujer que ya había despertado de nuevo a la vida y, hasta ese momento, no fue consciente de ello.
“Sus Manos”, así le llamaba ella por vergüenza a que nadie adivinara quién era y qué había ocurrido en su mente, cuerpo y corazón; más era quién y no qué, quién provocó el despertar al amor, cuando creía que nunca más volvería a sentir así por un hombre y menos desde esa magnitud.
Sentía que eran almas afines. Curioso, todo ese tiempo, estuvo admirándolo sin saber que su corazón también sentía lo mismo que su mente: admiración, admiración por un hombre distinto a los demás, un hombre que, sospechaba -porque no lo sabía de cierto, no le conocía tanto- que en lo esencial de cómo ver y vivir la vida eran iguales. Intuía que junto a ese hombre todo podía ser especial, único, extraordinario, enriquecedor y pleno. 
Apasionado, dulce, enérgico, atento, con carácter, con determinación de conseguir lo que se propusiera y con un aire de: “Yo puedo con todo pero... ¿puedo apoyarme un poco en ti, sin que intentes cambiarme?” y sobre todo: Distinto, lleno de frescura, autentico. Así lo veía ella, eso le llegaba de él.
Tan afines… y tan diferentes, con unas diferencias que, en teoría, no deberían ser obstáculo para dar paso a una experiencia de la que podrían enriquecerse mucho juntos. Porque, el corazón no tiene barreras insalvables, ni edades, ni reglas, solo dar y recibir amor. En la práctica… todo se veía con ojos distintos, las diferencias eran una muralla infranqueable, un impedimento que la confundía, quería hacer caso a su corazón y, por una vez, arriesgarse en el amor dando el primer paso ella, pero no encontraba el puente que la ayudara a conseguir la seguridad necesaria.
Un amor imposible, así lo veía ella porque intuía que él buscaba los mismos sentimientos en una mujer… sí, los mismos que su corazón le podía ofrecer pero con la arrogancia de quien se siente joven y busca… lo mismo, cosa que ella ya… no tenía. Eso es lo que también le llegaba de él.
Antes de ocurrir tal revolución en su interior ya tenía la sensación de que algo llegaba tarde a su vida y, con el encuentro de sus sentimientos aquel día, confirmó algo que la hacía sentirse muy triste aunque esperanzada (no sabía muy bien de dónde venía esa esperanza y hacia dónde la llevaría).
 ilusionada, deseosa de que llegaran esos días en que le vería, en que sus ojos se detendrían en ella, en que oiría su voz, su risa, cómo se movía, hasta aquellas cosas que veía difíciles en él… le gustaban,  era su carácter,  por tanto… formaban parte de él. De ese hombre que amaba como una tonta adolescente que descubre por primera vez la sensación de estar enamorada y así pronunciaba su nombre, en su mente, con agitación, casi como algo inaccesible. Sí, porque era consciente que él encontraría ese amor (porque así se lo deseaba ella) joven, inteligente, culta como él y ella sería feliz por él y se sentiría sola, vacía… por ella, porque “esa carta urgente llega demasiado tarde” a su vida y… encontraría un hombre, o no que la amara pero “Sus Manos” siempre sería alguien muy especial en su corazón.
Continuaría su camino con el sentimiento de que había sido traicionada, traicionada por la vida. No, por la vida no, por el tiempo.



Y con éste sentir... cerró un capítulo de su vida. Miró al frente y esperanzada se adentró en su futuro.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo erótico en el relato corto

Encuentros prohibidos

    Tumbada en la cama deslizaba distraídamente, la yema de los dedos por su piel. Una sonrisa, entre maliciosa, desvergonzada y plena se dibujaba en su rostro. Nunca imaginó poder sentir así.

Princesa, mi princesa. En pocas ocasiones por su nombre. Él siempre la llamaba así y ella bromeaba respondiéndole: “Sí, mi Gentil Hombre”. Bromeaba, aunque le gustaba. Porque así se sentía a su lado, todo su tiempo con él, se transformaba para disponerse a recibir toda su atención y aquel afán por complacer cada deseo, en el que le encontraba solícito y dispuesto. En aquellos intercambios en donde se deleitaban con esa alegre sensualidad, que nacía entre ellos de modo espontáneo, solo reinaban ellos.

Sus dedos seguían recorriendo aquella piel que aún vibraba recordando la piel de él. Suspiró, con un suspiro lleno de satisfacción, abandono y, aún… deseo.

Un silencio impregnado de sensaciones llenaba la habitación, sus ojos se tocaron y, sin más… sus cuerpos se reclamaron de nuevo, comenzando a interpretar la misma danza, al unísono, siguiendo cada compás del otro, conectando hasta llegar a  penetrar en lo más profundo de su existencia, desde ese momento sabían, y al percibir todo del otro, su fusión llegaba a ser casi perfecta.

Encuentros prohibidos… sí, llenos de pasión, deseo y abandono. Ellos tenían su propio lenguaje y éste era desplegado con toda intensidad en aquellos juegos inconscientes, interminables. Sin palabras, los dos sabían hasta el mínimo deseo del otro y era complacido. Preocupaciones, deseos, necesidades todo era revelado. Se fusionaban hasta embriagarse y en ocasiones hasta el agotamiento, plenos como si con cada encuentro se llenaran de vida mutuamente.
Compartían pocas tardes de la semana, con suerte, unido a noches de conversación, entrega y complicidad. Donde los episodios de sueño y voluptuoso abandono se unían, llegando a un estado en que no podían discernir, si soñaban la entrega o se entregaban y soñaban.

Disfrutaba cuando sabía que se verían, le encantaba prepararse para él, deleitándose en la evocación de esos momentos compartidos, pero su felicidad era mayor cuando sin avisar, sin ser una de esas tardes… Le veía. Al ser inesperado, el abandono y la entrega, se convertía en una inercia urgente por consumar aquel regalo inadvertido.

Luego, los días sin él, días de evocación y deleite que también disfrutaba, porque sabía que era suyo de un modo no compartido con nadie, existía un deseo tan visceral que imaginaba solo disfrutaban ellos. Creía que en cada uno de aquellos encuentros; a veces, dominados por un lenguaje brusco, impulsivo de competencia e inmoralidad; otras donde solo reinaba el deseo dulce, tierno y solícito en complacer cada avidez del otro, en cada ocasión… Era como recibir un bálsamo, un encuentro medicinal sanando todas las heridas, como en un tácito acuerdo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La carta en el relato corto

No espero respuesta

No era uno de sus mejores días, se levantó con una sensación extraña. En vez elegir la música que le apetecía escuchar… encendió la radio. Nada más oír las primeras notas supo qué canción era: “Ella”.
-             ¡Vaya! Hacía mucho que no escuchaba a Alejandro Sanz. ¡Qué recuerdos!.
Distraídamente iba preparándose el desayuno mientras decía la letra de aquella canción, que le transportaba a más de diez años atrás. Momentos difíciles de su vida en los que su corazón estaba triste, pero con un rayito de esperanza guardado en el fondo de su alma. Sonaban los últimos acordes de esa canción. Recordó que, escuchándola un día con Carlos, le había comentado que con cada mujer que había estado siempre terminaba pensando: “Y si… fuera ella”. Sonreía, él hizo que ese rayito de esperanza creciera, hasta llegar a su corazón y poner una nota de color, que tanta falta le hacía, para poder empezar a cambiar su pensar y su sentir.

A pesar de que, en aquel tiempo se bajó toda la discografía de este cantante… ya no le escuchaba. Había cambiado y mucho, aunque a veces se levantara como hoy, ya no dejaba que aquella melancolía ganara la partida, ponía una sonrisa y pensaba en lo que aún le quedaría por recorrer, que estaba segura sería bueno y, por supuesto, no dejaría de aprender con cada momento vivido. Estaba llena de energía, con unas ganas de vivir que nada tenían que ver con la sensación vivida con menos años.

        -      Eso no eran ganas de vivir, era prisa por vivirlo todo, esto es mejor. Saboreo cada instante. No entiendo por qué esa forma de pensar… cuantos más años, mejor es la vida y más ganas de vivirla.

Frenó sus pensamientos, otra canción volvió a recordarle a Carlos: “Black magic women” y, otra sonrisa se dibujó en su cara mientras movía la cabeza como negando.

    -         Qué cosas tenía, decía que esa canción la hizo Santana para mí, que si me conociera… me la habría dedicado. “¡Te la mereces a pulso!” dijo, lo recuerdo bien. -Por su expresión pareciera que estaba haciendo un meticuloso recorrido por aquel tiempo de ilusión, esperanza e incertidumbre-.

Y, ahí mismo decidió que le iba a escribir, contando qué… no lo sabía. Se encaminó hacia su ordenador  y se puso a teclear las letras en busca de lo que le quería hacer llegar.

Asunto: No espero respuesta

Hola Carlos ¿Cómo estas? Yo… ya sabes bien, siempre estoy bien.

Te preguntarás qué hago escribiéndote, pues ya ves, he sentido la necesidad de contarte ¿El qué?... No lo sé, es la verdad. Intentaré no extenderme demasiado, sé la pereza que te da leer.

A ver… ¿Qué demonios es lo que te quiero contar? Te juro que ¡yo he empezado esta carta por algo!.

No me preguntes por qué, según estoy aquí intentando responderme: Qué es lo que quiero, si solo necesito escribir aquí y, ni siquiera lo enviaré. He empezado a recordar.

Recuerdo esas madrugadas en las que me llamabas por teléfono, porque ya era mi hora de levantarme, y me despertabas con tu cantarina y dulce voz. Fue bonito, muy bonito vivir todo aquello. Era tan increíble y mágico lo que nos estaba pasando, que… pensaba no era real. ¿Qué pasó? Tienes razón cuando dices, que algún día podremos hablar y aclarar muchas cosas, entre los dos conseguiremos armar ese puzzle que se formó el día que decidimos separar nuestros caminos y, al final, todo encajará, estoy segura.

Seguro que tienes tantas preguntas como yo. Aunque… tengo mis temores, porque sé lo que me pasa contigo, sé que eres capaz tanto de sacarme la risa, del modo más fácil y natural… de inmediato; como de sacar lo peor de mí, rápidamente sin haber podido controlar el momento. Y es que, no quisiera perderte, me siento bien sabiendo que estas ahí. Es algo muy extraño esa conexión que hay entre nosotros. Yo no sé tú, pero yo… me lo he preguntado muchas veces ¿Qué será? Porque sé que no funcionaría, ni entonces, ni ahora ¿Entonces? ¿Qué ocurre entre nosotros?.

Me viene a la cabeza una frase, que he escuchado muchas veces cuando se quiere expresar algo parecido a lo que nos pasa, cuando dos personas no pueden estar juntas pero tampoco separadas: “Ni contigo… Ni sin ti” ¿Tú qué crees?
Recuerdo aquella noche en que nos amaneció hablando y hablando. Salí de casa con la sensación de que, tal vez… nos estábamos equivocando. Pero ya era demasiado tarde. Tú, ya habías decidido desde hacía mucho –creo que casi desde que llegaste- que esto no era para ti. Yo, había percibido –creo que casi desde la primera noche- que no serías feliz, por tanto no lo seríamos ninguno de los dos.

Debería releer la carta, tengo la sensación de haber utilizado muchos “peros” y sé que no te gusta utilizar esa palabra -¿Cómo dices? “Peros” siempre hay “Peros” ¿Por qué?”-. No lo voy a hacer, ahora mismo la voy a guardar y… ya veré qué hago, pero (jeje, pero… otra vez) si la envío, será sin leerla para no cambiar nada. Este es mi sentir y sé, lo leerás con tu cariño e intentarás comprenderme ¡Pues no pido! Algo difícil… comprenderme ¿Verdad?.
Bueno Carlos ya no te escribo más. Y recuerda, te quiero mucho, cuídate y sé feliz.

Besos.
Esther.

P.D.: Escucha una cosa, no tienes que contestar –si no quieres- total, puedes decirme lo que opinas cuando nos encontremos.


         Ahí mismo… sin más, la envió y, esta vez, eligió la canción ella. Otra canción que le dedicó él, hace tiempo: “Bella” también de Carlitos, como le llamaba. Diciéndola que era para ella y nadie más, por ser tan bella por dentro como por fuera.
-         Así es él –dijo con un movimiento de hombros-.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Lo sensual en el relato corto

¿QUÉ HACER?

         Cuando aparece alguien especial en tu vida, o… especial porque tú le sientes así.

         Si ocurre que los mensajes que te transmite, su actitud, sus palabras, sus miradas y tu percepción; te dicen que puede  ser algo peligroso, agresivo, en donde todo será impresionable. Fácil que… no perdurará, puede que llegue a ser solo un instante. No importa. Quieres vivirlo, qué importan las consecuencias. Aunque eres consciente de que saldrás algo tocada y que será una sombra más… a superar en tu vida. Por ello, porque será algo más a superar, y como, en tu vida ya te has encontrado… “Con la vida aleteando en el vacío”, consiguiendo salir de ello con más fuerza, más viva, decides arriesgarte.

Por qué contemplar… lo que tu mente te apunta cuando habla el corazón y las ganas de vivir, quieres ignorar aquello que te sugiere puede suceder… si te arriesgas, pero cuanto más relegas tal decisión, más alto te habla tu interior hasta que te lo grita.

Entonces… entonces comienzas a percibir en todo tu ser sensaciones olvidadas y que en un momento de abandono, él te recordó, las despertó, las puso a flor de piel y quieres más, no necesitas, ni tan siquiera… evocar esos momentos, recordar sus manos en tu cuerpo, sus labios en los tuyos, buscándote, transmitiéndote tanto deseo, tanta pasión que, de pronto… no sabes dónde termina su deseo, su pasión y dónde empieza tu deseo, tu pasión. Tu urgencia por sentir más, buscar más, dar… recibir. Le tienes en tu piel, aún sientes su sazón, su aroma ¿quién necesita evocar esos momentos? Cuando cinco sentidos y un sexto te gritan cómo te sentiste en sus brazos ¿Qué puede ocurrir si dejas que pase… lo que tenga que pasar?

         ¿Qué hacer? No puedes convencer a tus sentidos. Todo tu ser reclama más momentos de entrega, se ha acoplado en lo más profundo de tu despertar y ya… no puedes acallarlo, el instinto primitivo guía, hace brote con toda su fuerza y todo es sensitivo. Aunque la razón pone miedos, pone palabras a lo que sientes, no sabes separar los sentimientos de las reflexiones. Todo se mezcla, creando en tu interior una confusión difícil de aislar para decidir. Pasas del deseo de vivir aquello a las dudas de si, realmente te estará manipulando, a sabiendas que llegados a éste punto… o, conseguirá su objetivo –que solo él sabe… ¿lo sabe?- o me retiraré.  Destierras al sentido común, no consientes gane la partida. Dejas, relegas tal decisión y permites que esos momentos lascivos sigan apoderándose de todo tu presente.